miércoles, 24 de marzo de 2010

El hijo que no fue

Marcos estaba inquieto, algo presentía. A pesar de lo protegido de su mundo sabía cuando las cosas no estaban bien. Alicia, su mamá, a pesar de los difíciles momentos que estaban pasando junto con su esposo, acariciaba amorosamente su vientre, para que el pequeño Marcos no se sintiera nervioso.

Aun cuando sus ojos estaban vendados la luz de su corazón la iluminaba y ella sacaba fuerzas para hablarle a Marcos con dulzura, le hablaba de las cosas bellas que lo rodearían, de ese mundo por el cual ella y Juan estaban luchando.

¡Juan! Su otra mitad, su único amor.

Ella le contaba a Marcos que su papá era un gran hombre, muy inteligente sumamente trabajador y que como ella soñaba con poder algún día comprar una casa y allí vivir los tres y todos los hijos que tuvieran, porque pensaban darle más hermanos a Marquitos.

Así pasaba las horas Alicia, intentando no pensar en cosas malas, tratando de no llorar y de que Marcos sepa del amor de sus padres. Cada vez que la puerta se abría su corazón se aceleraba, Marcos lo notaba, él se agitaba también.

Gritos, golpes, insultos, llanto… siempre era igual. Por último gemidos y ruegos se oían a lo lejos. La tortura para obligar a confesar lo inconfesable; para que no mientan. No lo hacían, morían jurando que hablaban con verdad, y así era.

Cuando se llevaron a Juan, Alicia supo que ya no regresaría y lloró amargamente. Marcos increíblemente también lo hizo aunque él no lo supiera, sufrió por su padre tanto como su madre, pero nada podían hacer ninguno de los dos.

Tantas emociones aceleraron el parto. Todos corrían. Alicia fue llevada a una sala dónde la ataron y la atendieron. Había muchísima gente a su alrededor, la venda de sus ojos se corrió, alcanzó a ver médicos, enfermeras, un sacerdote y personas con uniformes de varios colores, todos expectantes ante la llegada del nuevo niño.

Allí nació Marcos. Allí murió Alicia.

Los años fueron pasando, una década, dos… hasta llegó un nuevo siglo. Una puerta se abre. Una anciana con lágrimas en los ojos está parada frente a Facundo, que no comprende lo que ella balbucea. Esa mujer le toma de las manos y le dice:

Hola Facundo, mi nombre es Felisa y el tuyo… debería ser Marcos.

domingo, 21 de marzo de 2010

Microcuento

Berrinche

Rueda de un lado a otro lleno de ira, patalea, gruñe, llora, se agita. Grita. La madre lo observa se inclina y le susurra ¡No!
El pequeño desconoce que éste será el menos doloroso de toda su vida.