viernes, 9 de julio de 2010

La estrella

El Pulga despertó como cada mañana con el sonido de las ruedas del tren sobre el puente. Parpadeó y giró la cabeza buscando a María. De pronto, recordó que ella ya no estaba allí. Nunca más estaría. La vida le había ganado la partida. Los médicos dijeron que fue sobredosis. Él sabía la realidad, ella sólo se dejó ir porque estaba cansada de tanta miseria.

¡María! Ella había sido su compañera los últimos años. Ambos habían luchado juntos contra el destino conscientes de su (auto adquirida) marginalidad (habían huido cada uno por su lado, ella del desamor, él al morir su madre). Lo único bueno que hizo la vida fue unirlos: él la defendía del Sapo y su pandilla, y ella curaba sus heridas cuando ellos lo fajaban.

¡María!

El Pulga esperaba que su vieja tuviera razón. ¡La pobre siempre le hablaba de Dios y de que había un cielo al que iban los buenos! Si no se equivocaba, María y ella misma estarían allí, en ese cielo. Se acercó al café del Tano (piola el viejo, a veces les regalaba alguna vianda) pero no quiso molestarlo, así que fue directo al contenedor de la basura, buscó, re buscó y halló un pan rancio; no era un banquete pero, alcanzaba para mitigar su hambre. Ahora podía pensar con más claridad.

¿Qué haría sin María? Ella lo había mantenido lejos de las malas compañías, no lo dejaba “delinquir” (¡Qué palabrita!). Por eso el Sapo no la quería. Pero ahora estaba solo y “vulnerable” (¡Otra! ¡Cuántas palabras le había enseñado María! ¡Hasta le enseñó a leer!).

El pardo José lo vio de lejos y se le acercó, le tendió una bolsa con estampitas y le dio un enorme empujón
- Apurate Pulga que llegas tarde a laburar -
- Es que ayer... se murió la María -
- Sí, sí ya me enteré. Andá a laburar. ¡Rapidito!-

El Pulga pateó una lata imaginaria y corrió a la parada del colectivo, se trepó de un salto y empezó su tarea. Las horas pasaron y casi sin darse cuenta terminó de vender las estampitas. Regresaba a ver al Pardo cuando se encontró con el Sapo.
- Pulga te necesito, hoy vamos a hacer una grande y nos falta uno. -
- Mirá Sapo, vos sabés que yo no me meto en esas cosas. -
- Pulguita, no te olvidés que ya no tenés a la María que te cuide, loco. -
- ... ¿? -
- Este laburito es sencillo pendejo. Entramos fierro en mano, nos alzamos con la guita y volamos. Re fácil. -
- ¡Humm!, no sé -
- No seas cagón Pulga. ¡Dale! Sólo esta vez que nos falta uno, después no te jodemos más. ¿Nos vemos en la villa a la cheno? -
- ¡Humm! Ok Sapo, sólo esta vez -

Anochecía, el grupo caminaba ocultándose en las sombras. De pronto pelaron los fierros y encararon, para asombro del Pulga, hacia el bar del Tano. El muchacho trató de convencer al Sapo, que al Tano, no. El Tano es un buen tipo, a veces regala sándwiches a los pibes de la lleca. Pero el Sapo no se dejó convencer. El Pulga alzó los ojos al cielo, a ese cielo lleno de estrellas ¿Qué podía hacer? Él era tan sólo un chico y el Sapo ya se había cargado a varios. Se sentía impotente, había llegado hasta allí, no podía echarse atrás, pero...

Ya estaban adentro, el Tano se quedó helado al verlos. Miró al Pulga a los ojos, él bajó la mirada. No podía... No debía... Pensó en María y en su viejita. Su corazón latía cada vez más rápido, sentía algo correr por sus mejillas ¿lloraba? No, no. Sudaba ¿Sería miedo? Quizás, pero miedo a qué. ¿A morir? Todo pasó tan rápido. El Sapo dio un culatazo al Tano y la hija de éste sin poder controlarse empezó a gritar. Era un alarido que helaba la sangre. El Sapo le ordenó callarse, pero ella estaba muy alterada. El Pulga apenas en un instante se dio cuenta de que el Sapo, con increíble sangre fría, apuntaba el arma a la cabeza de la pequeña y se abalanzó furioso al espacio entre la niña y el arma.

El estallido y el dolor fueron instantáneos. Todos estaban estáticos; fue un segundo que duró una eternidad, momento que aprovechó el Tano para sacar un arma de entre sus ropas. Disparó al aire, ¡hasta con los malos era bueno el Tano! El Sapo y su pandilla huyeron del lugar dejando al Pulga en un charco de sangre. El Tano miró a su hija y lleno de agradecimiento tomó al Pulga en sus brazos y le sonrió. Sus ojos estaban luminosos como luceros, derramaba un torrente de lágrimas sobre el rostro del muchacho.
- ¿Fue bueno lo que hice Tano? -
- Si muchacho, fue muy bueno -
- ¿Te parece que voy a ir al cielo? -
- Ya viene la ambulancia, aguantá -
- Pero, si muero ¿voy a ir al cielo como dijo mamá? -
- Tu mamá debe estar muy orgullosa de vos y claro que vas a ir cielo -

El Pulga sonrió como nunca antes lo había hecho. Pensó en su mamá y en la dulce María, miró por la ventana hacia el cielo y creyó verlas brillando en él. Sintió que se habían acabado todas las miserias de este mundo tan cruel, cerró los ojos.

y finalmente fue una estrella