jueves, 10 de noviembre de 2011

El día después de la desidia


Degustando las aristas de la miseria,

r e s p i r a

a escasos centímetros del paupérrimo lodo.

Ay, ni mi diosito permita que

le flaqueen las fuerzas

para poder sostener

la cabeza sobre la almohadatronco improvisada

que lo separa del barro.

Vive la humedad de las sábanas...

Diarios y cartones

que exudan sus penas de alcohol y tinta.

Una colilla irreverente

se ensaña con su rostro,

ilícitamente le roba un par de pitadas.

Agradece íntimamente al

descuidado fumador,

acachuchero irrespetuoso

diluido en el humo de los tiempos.

La bendición del cielo cesa,

los haces de luz se pierden

en el i n f i n i t o,

los truenos se acallan,

la ciudad duerme...

El silencio tras la tormenta

es un arco iris profundo, inmóvil.

Tanta quietud no es incómoda

pero perturba por lo desacostumbrada.

¡Cuánta soledad! ¡Cuánto olvido!

Intenta dormir.

No siente frío.

Pero

las miradas que no ven

le calan los huesos.