Quiso huir y sus pies se clavaron en el suelo. Fue una extraña sensación, cuanto más pensaba en alejarse más se aferraban sus dedos y sentía que de ellos, lentamente, surgían raíces que se hundían en la tierra.
No quería estar junto a su esposo. Le hervía la sangre
que ya no era. Era savia que fluía por las heridas. Sentía que su piel,
erosionada por los golpes se endurecía y se volvía corteza, y el cuerpo, tronco
y los brazos, ramas.
Cansado de golpearla, el hombre cayó rendido a su sombra.
Lentamente ella, dejó que sus raíces se aflojaran. Nunca volvieron a ver a la
mujer. Nadie volvió a saber de ella. Todos se preguntaban qué habría sucedido
con la esposa cuando aquella mañana, la tormenta en su furia volteó aquel árbol
y hallaron el cuerpo del abusador debajo.