martes, 25 de febrero de 2014

Bajo Hondo en perspectiva

        Caminando por aquel pueblo que habité de pequeña, de un salto me trepé a mis recuerdos y, sin darme cuenta, fui niña nuevamente.
          

        Salgo de mi casa, como cada mañana, con el único objetivo de llegar al colegio. El camino es corto: una cuadra y ni siquiera media. Pero cuantas cosas pueden vivirse en ese trayecto.

        Al llegar a la esquina encuentro una moneda. Pienso en regresar y correr hasta el kiosco y peluquería de “Don Ciudad”. pero desisto de la idea. Doblo y cruzo la calle, a pesar de que la escuela esta en la misma manzana en la que vivo.   Pero, convenientemente, en frente está el negocio del abuelo que me ve entrar y rascando su cabeza pregunta:
¾ ¿Qué hacés que no estás en la escuela? ¾
¾ Abuelo, abuelito pasé a darte un beso. Además encontré una moneda y quiero una golosina ¾ le explico
Mirándome, frunce el ceño y me lanza su famoso    ¾ Me cache en Dié ¾ y sonríe ¾ ¿qué querés? ¾
¾ ¿Para que me alcanza? ¾
¾ Vos elegí ¾
¾ Bueno ¾ respondo entusiasmada
¾ Dame… un bocadito Holanda, una Tita, un chupetín con sorpresa, un paquetito de Manon de 4… ¾ Me callo cuando oigo las carcajadas del abuelo.
¾ ¿No te parece mucho? ¾ Me pregunta
¾ ¿Qué? ¿No me alcanza? ¾ le suelto con toda la inocencia de de mis seis años.
        Mirándome con ternura me da las galletitas y el bocadito y me dice ¾ Guardate la moneda, ahorrala ¾  Lo lleno de besos y me marcho contenta con mis tesoros.

        Frente a la casa de Rodríguez está parado el camión, me trepo al estribo para ver mejor ¡Buenísimo!. Sigo camino. Empujo la puerta de la mercería de Doña Pía.
¾ Hola Kuqui, ¿Cómo está la abuela? ¾ me dice
¾ Bien ¾ le respondo. (¿cómo va a estar?)
¾ ¿Necesitás algo? ¾ me pregunta la viejita
¾ Todavía no, pero más tarde sí. La abuela me está haciendo un vestido y necesita unos botones y un cierre y… yo pasé a ver si había. ¾
¾ Si, casualmente, tengo botones y cierres de todos los colores ¾ dice sonriendo
¾ ¡Ah! bueno, después le aviso a la abuela. Chau ¾

        Salgo haciendo sonar nuevamente la campanita de la puerta (que es la causante y el motivo de mis continuas visitas a la mercería). ¡Que paciencia doña Pía! Al salir, la veo a Marina en la vereda de enfrente. Cruzo la calle corriendo. Tropiezo. Casi me mato. Nos reímos a carcajadas hasta que oímos el llamado a clases. (Una campana que no nos gusta tanto cuando estamos entretenidas).

        Entramos a esa escuela enorme. Con ese gran patio. Nos formamos. Saludamos a la bandera e ingresamos a las aulas a aprender a leer, a escribir, a sumar,  a restar, y tantas otras cosas interesantes como compartir, debatir, discutir, defender lo que creemos justo, a equivocarnos, a perdonar, a hacer amigos… a vivir.

        Como en una película todo se desvanece. Tomo conciencia que estoy parada frente a la puerta de esa pequeña escuelita (¿Cómo haríamos para caber todos en ese patio tan chico?)


        Con el correr de los años se pierde la perspectiva de las cosas que hace mucho que no vemos. En especial del tamaño. Pero otras cosas nunca cambian. Hice, caminando lentamente, el añorado recorrido a ¾ esa ¾ que era mi casa, evocando cada momento vivido y recordando a aquellas personas tan queridas que hoy ya no están, pero que dejaron grabadas sus acciones en mi vida y, bajando la vista (como si Dios quisiera decirme algo), encontré una moneda en la esquina.

3 comentarios:

María Emma dijo...

Publicado en la Antología "Entrelazados" de Editorial Dunken

Eliane dijo...

Que lindo mi querida amiga...es muy bello recordar las cosas de la infancia...y muy bien contadas!!!
Besotes de tu admiradora!

María Emma dijo...

Gracias Eliane, por estar siempre